El deseo

El Deseo nace puro. Después el pensamiento va deformándolo. El pensamiento, esa acumulación de datos inútiles, de juicios sin valor, de prejuicios sin sustento; implantados prolijamente desde que nacemos, por nuestro entorno, por nuestros padres, por nuestras parejas, por nuestros amigos, o nuestra religión. Sin más, el pensamiento encierra nuestro deseo; entonces lo contamina con conclusiones absurdas, lo reduce, llevándolo al ámbito de aquello que no será posible y logra transformarlo; lo aísla, así, lo encapsula como a un bubón de peste, para suscribirlo a las heladas regiones del sueño, donde todo aquello que se desea se convierte en un anhelo remoto, que filtra muy de vez en cuando el inconsciente, pero con pocas posibilidades de ser concreto. Así nos convencemos. 
Lo que menos nos cuesta es desear, estamos llenos de deseos genuinos; lo que más nos cuesta, sin embargo, es mantenernos dentro de la esfera de vibración de ese deseo.

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